lunes, 4 de febrero de 2013



 DESDE MI SILENCIO                 

Al final de los últimos trasnoches, en cada amanecer ,  la realidad deja ver todas las miserias y desencanto de la nada.

He paseado de noche por las veredas de mi barrio para ver a mi madre, abrazarla un momento, ansiosa por irme de esa calidez y su sonrisa.

La vereda de cada pasaje que transito elevada en una falta de interés pero sí curiosidad, arbustos de cierta altura pretenden ser defensas ante la delincuencia, ramas frágiles de sus habitantes, tan ingenuos como yo, al dejar luces encendidas y puertas abiertas para que crean que la casa está con mucha gente, respirando.  
Está vacía.  Ni yo, ni mis hijos, ni una sola respiración... mi casa se está avejentando porque ya nadie la ama.
Todo es recuerdo e historia.
Que cada anécdota, sonrisa y repetir y repetirlas de los tiempos en que fui feliz, y la indiferencia y aburrimiento de mis hijos de oírlas una y otra vez.
Torpeza brutal compartir, como si los demás pudieran vibrar con mis relatos.
Tanto paseo nocturno entre estas casitas, una parecida a la otra, siluetas con fondos iluminados en los jardines  con luz artificial alimentadas por pilas o la luz acumulada por la energía del sol durante el día. 
Las entradas para uno o dos autos.
Todo estrecho para alcanzar la puerta y las exactas formas del living-comedor para tener un..... living y un comedor.
Con una sola mirada a estos espacios, adivino como son y que sienten, lo que han sido,  lo que sueñan sus habitantes.
Exactos, no sé de sus dramas: por qué hay silencio, por qué riegan sus mínimos jardines o lavan sus autos a las 11 de la noche, o esos paseos de perritos dignos de adorno.
Parecen casas abandonadas las que están solas, porque se puede oír que los televisores están mudos.
La vida es sorprendente.  Digo, cuando retrato mis intuiciones de la existencia ajena.
¿Cómo habrá sido la última noche del suicidio de mi papá?
Como cualquiera otra?
Como las que vivo cada 24 horas, yo, su hija?
Cada una de esas oscuridades engarzadas una a la otra, como espejos, anudadas, sin cambios aparentes.

Pero es extraño el misterio del impulso vital que sostiene el instinto de permanecer vivos.
Esta casa... tendrá otro color cuando abandone drásticamente este mundo?
Un color sin color.
Ni rosado, ni verde, ni plata, cero dorado, nada de violeta.
Solo la coloración afantasmada de una ausencia.
Cada uno de estas palabras están en mí sin mirar el cielo de mi habitación.
No creo en el cielo y ya no creo en un arriba, un abajo, y para los lados.
En la disipación y la transparencia para ser recuerdo, si.
Me preocupan mis cosas.
Mis recortes, escritos, mis libros.
Estuve hace poco ordenando "las cosas" de mi suegra hoy senil, y vi como todo lo inútil... cuentas, recuerdos, fotos, listas de nombres y agendas telefónicas con su letra inútil.. no todo, naturalmente:  un montón para cada uno de sus tres hijos. 
El resto fue desechado, a la basura.
Pregunté: ¿ harás lo mismo con mis cuestiones cuando yo no esté?
No hubo respuesta porque seguíamos hurgando en las bolsas y cajas de zapatos.
Hice a un lado, para guardar, cosas con la letra irregular de mi Nona, escritura de una mujer ignorante que emigró a este país, haciendo de su vida algo que admiro, tan pobre, tantas veces injusta, cerrada y brutal en su desprecio por los chilenos feos, "pelo parao". Nazi, la Nona. Desprecio por  "lo negro eto". Pero sus nietos, rubios, ojitos claros, "eso sí es raza". Pero no aprendí a amarla. La amo desde el primer segundo que me miró con sus ojos celestes tranparentes ,hasta el fondo de su patio acogedor.
La disfruté en mi comienzo al llegar a esa familia, todas sus historias, hasta que me dí cuenta lo que la movía y quién era, en realidad. 
Hoy, mi hija vive en su casa, en donde viví también yo al casarme. 
Pero a esas murallas, las alejo. 
Hay un poco de temor  y reverencia.
La nona no ha muerto... pero yo, un poco cada día que pasa.
Las tardes calurosas de este verano  no solo me dejan melancólica ,sino que vacía, triste, silenciosa, y duermo, duermo  y duermo... duermo tanto para no pensar.
Me sumerjo en mi piscina plástica para despertar la modorra de la tristeza.
Presumo futuras alegrías:  la sonrisa de Alonso si algún día me recuerda.
Si aparecen  alguna vez, los abrazos que han huido.
El suicidio es una oferta de libertad irrebatible.
Está en mi condición humana y herencia genética.
Estoy a este lado de la frontera, buscando sueños idiotas y esperanzas inútiles.
Sobrar, respirar y ser innecesaria, hasta para mi misma.
A todos los suicidas de este mundo, desconocidos y olvidados;  a los suicidas de mi vida, los saludos:  tengo  falta de coraje, pero los recuerdo y les pido que me esperen.
Que me entiendan que me adhiero a este mundo, sin razón alguna.
Supongo que será cuando se disuelva la adherencia y e se disuelva el pegamento de lo que es visible en un velcro vencido e inservible.
Estoy cansada y triste. 
Triste y cansada.
Solo tengo fuerzas para sonreír cuando alguien me sonríe y lo hago porque los demás esperan esa mueca que no es real.
Basura me cubre, la muerte se anida en mi alma, despedida son mis gestos, y ahí me estoy quedando sin hacer nada:  ni vivir  muriendo, o morir respirando como lo hago hoy.