DESDE MI SILENCIO
Al final de los últimos trasnoches, en cada amanecer , la realidad deja ver todas las miserias y desencanto de la
nada.
He paseado de noche por las veredas de mi barrio para ver a
mi madre, abrazarla un momento, ansiosa por irme de esa calidez y su sonrisa.
La vereda de cada pasaje que transito elevada en una falta
de interés pero sí curiosidad, arbustos de cierta altura pretenden ser
defensas ante la delincuencia, ramas frágiles de sus habitantes, tan ingenuos
como yo, al dejar luces encendidas y puertas abiertas para que crean que la
casa está con mucha gente, respirando.
Está
vacía. Ni yo, ni mis hijos, ni una sola
respiración... mi casa se está avejentando porque ya nadie la ama.
Todo es recuerdo e historia.
Que cada anécdota, sonrisa y repetir y repetirlas de los
tiempos en que fui feliz, y la indiferencia y aburrimiento de mis hijos de
oírlas una y otra vez.
Torpeza brutal compartir, como si los demás pudieran vibrar
con mis relatos.
Tanto paseo nocturno entre estas casitas, una parecida a la otra,
siluetas con fondos iluminados en los jardines con luz artificial alimentadas por pilas o la
luz acumulada por la energía del sol durante el día.
Las entradas para uno o
dos autos.
Todo estrecho para alcanzar la puerta y las exactas formas
del living-comedor para tener un..... living y un comedor.
Con una sola mirada a estos espacios, adivino como son y que
sienten, lo que han sido, lo que sueñan sus habitantes.
Exactos, no sé de sus dramas: por qué hay silencio, por qué
riegan sus mínimos jardines o lavan sus autos a las 11 de la noche, o esos paseos de perritos dignos
de adorno.
Parecen casas abandonadas las que están solas, porque se
puede oír que los televisores están mudos.
La vida es sorprendente. Digo, cuando retrato mis intuiciones de la
existencia ajena.
¿Cómo habrá sido la última noche del suicidio de mi papá?
Como cualquiera otra?
Como las que vivo cada 24 horas, yo, su hija?
Cada una de esas oscuridades engarzadas una a la otra, como
espejos, anudadas, sin cambios aparentes.
Pero es extraño el misterio del impulso vital que sostiene
el instinto de permanecer vivos.
Esta casa... tendrá otro color cuando abandone drásticamente
este mundo?
Un color sin color.
Ni rosado, ni verde, ni plata, cero dorado, nada de violeta.
Solo la coloración afantasmada de una ausencia.
Cada uno de estas palabras están en mí sin mirar el cielo de
mi habitación.
No creo en el cielo y ya no creo en un arriba, un abajo, y
para los lados.
En la disipación y la transparencia para ser recuerdo, si.
Me preocupan mis cosas.
Mis recortes, escritos, mis libros.
Estuve hace poco ordenando "las cosas" de mi
suegra hoy senil, y vi como todo lo inútil... cuentas, recuerdos, fotos, listas
de nombres y agendas telefónicas con su letra inútil.. no todo,
naturalmente: un montón para cada uno de
sus tres hijos.
El resto fue desechado, a la basura.
Pregunté: ¿ harás lo mismo con mis cuestiones cuando yo no
esté?
No hubo respuesta porque seguíamos hurgando en las bolsas y
cajas de zapatos.
Hice a un lado, para guardar, cosas con la letra irregular
de mi Nona, escritura de una mujer ignorante que emigró a este país, haciendo
de su vida algo que admiro, tan pobre, tantas veces injusta, cerrada y brutal
en su desprecio por los chilenos feos, "pelo parao". Nazi, la Nona. Desprecio
por "lo negro eto". Pero sus
nietos, rubios, ojitos claros, "eso sí es raza". Pero no aprendí a
amarla. La amo desde el primer segundo que me miró con sus ojos celestes
tranparentes ,hasta el fondo de su patio acogedor.
La disfruté en mi comienzo al llegar a esa familia, todas
sus historias, hasta que me dí cuenta lo que la movía y quién era, en realidad.
Hoy, mi hija vive en su casa, en donde viví también yo al casarme.
Pero a esas
murallas, las alejo.
Hay un poco de temor y reverencia.
La nona no ha muerto... pero yo, un poco cada día que pasa.
Las tardes calurosas de este verano no solo me dejan melancólica ,sino que vacía,
triste, silenciosa, y duermo, duermo y duermo...
duermo tanto para no pensar.
Me sumerjo en mi piscina plástica para despertar la modorra
de la tristeza.
Presumo futuras alegrías:
la sonrisa de Alonso si algún día me recuerda.
Si aparecen alguna
vez, los abrazos que han huido.
El suicidio es una oferta de libertad irrebatible.
Está en mi condición humana y herencia genética.
Estoy a este lado de la frontera, buscando sueños idiotas y
esperanzas inútiles.
Sobrar, respirar y ser innecesaria, hasta para mi misma.
A todos los suicidas de este mundo, desconocidos y
olvidados; a los suicidas de mi vida, los
saludos: tengo falta de coraje, pero los recuerdo y les pido
que me esperen.
Que me entiendan que me adhiero a este mundo, sin razón
alguna.
Supongo que será cuando se disuelva la adherencia y e se
disuelva el pegamento de lo que es visible en un velcro vencido e inservible.
Estoy cansada y triste.
Triste y cansada.
Solo tengo fuerzas para sonreír cuando alguien me sonríe y
lo hago porque los demás esperan esa mueca que no es real.
Basura me cubre, la muerte se anida en mi alma, despedida
son mis gestos, y ahí me estoy quedando sin hacer nada: ni vivir
muriendo, o morir respirando como lo hago hoy.